En la magia delicada que fecunde el mar, brota las cosas sencillas,
una sensación de tu esencia, un paz que no puedes explicar, un deseo ardiente y
una poesía presente, entonces, se estremecen aquellos dedos, al contemplar una figura varonil, mientras observa aquella
ventana deshilachada, casi sin color pero tenía la estampa del amor.
Viaja al rincón marino en los acantilados,
una pasión desordenada se esparce en el alba, unas gotas de rocío reclaman la
denuncia, una soledad necesaria grita, …
Pero ella insiste regresa a la ventana, se
sienta en la roca, aquella que las olas golpea, su falda mojada, su mirada
perdida, desvanecida por lo que veía en aquella ventana gastada por el salitre, el
mas bello encuentro de amor, la silueta de dos amantes ella vestida aún pero
mojada, se sentían ardientes, su piel ya caliente se rendía y su mirada se
clavó en él, que fue dejando deslizar
sus manos, debajo de su vestido,
suavemente masajeó sus muslos y glúteos,
que cada vez apretaba con fuerza, mientras, baja con sus besos húmedos
por el cuello, hasta llegar a sus pechos que en segundos con su tacto se
convirtieron en una dureza exquisita,
pidiendo a gritos ser besados y acariciados una y otra vez.
Ella encendida de placer, no dejaba de
besarlo con sus labios carnosos, bajando con sus manos, por su cintura para quitarle la
camisa y besar sus pechos y así comienza el festín de pasiones.
La testigo enloquecida de placer, aún no podía creerse
que se pudiera sentir de esa manera, solo con observar, su mano bajaba
delicadamente, sin bajar la mirada en aquella estampa eterna de movimientos de
caderas y sudores, él gozando hambriento de amor, sin sospechar
que eran observados por una mujer que al igual que su amante desea ser amada de
forma.
No hubo calma solo una locura de amor
donde los dedos y el deseo hicieron el
amor.
©Beatriz Martín
19/07/16